viernes, 30 de enero de 2015

DE LOS JUECES DE AYER, A LOS DE HOY


Si lo miramos fríamente el oficio de juez, sin distinción de país donde se haya ejercido en pasados siglos o en la actualidad se ejerza, ha sido y es sin duda complejo, caótico y yo diría que a veces demencial. Infinidad de veces me he preguntado si en la actualidad, algún que otro juez español está en su sano juicio. 

Como a continuación se podrá comprobar, en pasados siglos a la hora de administrar justicia y dictar sentencias los jueces se hacían con la picha un lío debido mayormente a que confundían el culo con las témporas. O sea que la religión y la política primaban y decidían si el acusado era culpable o no. 

Más o menos como ahora, porque tengamos en cuenta que en la judicatura española existe un 65% de jueces y fiscales que pertenecen al Opus Dei, y según las normas internas de dicha secta, ningún “hermano” de dicha secta puede acusar y condenar a otro “hermano”. Blanco y en botella. 

Y mejor no hablemos de la “politización” judicial en la actualidad, porque ahí me pierdo y si largo más de lo políticamente correcto, los de la toga son capaces de largarme otro puro por rebelde, acusándome nuevamente de ser su mosca cojonera.

Hace unos días llegó a mis manos un libro publicado por Javier Sanz, autor del volumen que cito al final de este post. Podéis descargarlo gratuitamente en PDF. 

PROCESOS JUDICIALES CONTRA ANIMALES 
  
El día 10 de enero de 1457 se administraba justicia en los tribunales de Savigny según los siguientes hechos: “El martes antes de Navidad, últimamente pasado, una cerda y sus seis lechones, al presente presos, fueron cogidos en flagrante delito de asesinato y homicidio en la persona de Juan Martín…” 

El juez dictó sentencia definitiva de este modo: “Decimos y pronunciamos que la cerda, por razón de asesinato y homicidio por ella cometido y perpetrado en la persona de Juan Martín, sea confiscada para ser castigada y condenada al último suplicio, y ser colgada de las patas traseras de un árbol……respecto a los lechones de la dicha cerda, por cuanto no está probado que comieran del dicho Juan Martín, nos contentamos con devolverlos a su dueño, mediante caución de devolverlos si resulta que comieron de dicho Juan Martín.” 

La desdichada cerda, conducida por una carretera, fue inmediatamente ejecutada en cumplimiento de la sentencia. Desconocemos si, como se documenta en otros casos, se reunió a todos los cerdos del pueblo para que presenciaran la ejecución, como ejemplo del castigo que les esperaría por actos similares. 

Desde la Edad media hasta bien pasado el siglo XVII, los tribunales de justicia no se contentaban sólo con hacer comparecer ante ellos a los delincuentes de dos pies, sino también a las bestias de cuatro patas. El animal autor del delito, ya fuese buey, asno, cerdo o caballo, era detenido, encarcelado y juzgado con todas las formalidades, y si a ello había lugar, era públicamente ejecutado en castigo de sus fechorías. 

Se les emplazaba y trasladaba ante el tribunal, se les asignaba un abogado defensor, lógicamente de oficio, quien juraba cumplir sus funciones “con celo y propiedad”, se ponían en juego toda clase de procedimientos y recursos jurídicos: sobreseimientos, excepciones dilatorias, prórrogas, vicios de nulidad… Todas las herramientas de la legalidad vigente. 

Un joven abogado francés del siglo XIV, Bartolomeo Chassané, en el relato de uno de sus casos en el que defendió a un grupo de ratones, cuenta como logró anular la primera sesión del juicio porque “no se había citado a los acusados en tiempo y forma”. Los ratones eran tan numerosos y vivían tan dispersos por todo el territorio que un solo auto de emplazamiento clavado a la puerta de la catedral no servía para avisarles de la celebración de la vista. 

Por eso, los sufridos sacerdotes de la diócesis tuvieron que salir nuevamente a los campos, esta vez a leer en voz alta el auto procesal para que los roedores estuvieran avisados. 

Otra sentencia fechada en 1519 condenó a unos ratones campestres, culpables de comerse la cosecha, a “desalojar los campos y los prados de la aldea de Glurns dentro de un plazo improrrogable de catorce días, quedándoles vedado el regreso a perpetuidad…” Una plaga de ratones estaban arrasando los cultivos de Glurns (hoy Suiza) y los campesinos ya no sabían qué hacer. 

Desesperados, decidieron recurrir a la justicia y denunciaron a los ratones. El juez del pueblo, justo y coherente donde los haya, admitió la denuncia a trámite, fijó el día del juicio para el 28 de octubre y, además, nombró un abogado defensor. Lógicamente, se celebró el juicio en ausencia de reo… 

Fueron acusados de destrozar las cosechas de los demandantes, se aportaron las pruebas, se escucharon los alegatos, de la acusación y del abogado defensor, y se leyó la sentencia por el juez. Sin embargo, lo más curioso de la sentencia es que se mostraba cierta indulgencia con algunos de esos ratones condenados, en consonancia con la práctica judicial de aquella época, que confería a las mujeres embarazadas y a los niños determinados privilegios. 

Así continúa la sentencia: “…en el caso de que algunas hembras entre dichos animales se hallasen preñadas, o fuesen incapaces de emprender el viaje por su corta edad, para dichos animales se asegurará protección durante otros catorce días.” ¿Se quedaron? ¿Obedecieron la orden de expulsión? Lo ignoramos. 

Los juicios masivos no eran extraños. En el año 1300, en Inglaterra, una bandada entera de cuervos fue condenada porque, en el interrogatorio, los jueces no pudieron distinguir los gritos de los culpables “de aquellos que defendían su inocencia”, así que condenó a todo el grupo, por si las dudas. En este caso, los procesados sí estaban presentes. 

Un gato de Maine fue encarcelado en una jaula por un mes, por “cortejar sin autorización” a una linda gatita cuya dueña era muy moralista. 

Y un perro fue condenado como cómplice de un salteador que lo había entrenado para robar bolsas y comida. El salteador perdió, por ladrón, la mano derecha, pero el perro recibió más clemencia “por su buena naturaleza” y porque se consideraba que sólo obedecía las órdenes de su amo: lo dejaron ir con apenas veinte azotes. 

Un caso mucho más cercano en el tiempo, y por ello más estúpido, apareció en el número de junio de 1948 de la revista londinense “Lilliput”, donde se narra la historia de dos perros setter irlandeses a los que un abogado de Los Ángeles les legó en su testamento 1500 libras esterlinas. Después de tres semanas de debates, el juez citó a los afortunados canes, pero, por no poder contestar razonablemente a sus preguntas (¿?), les denegó la herencia. 

Y qué decir si metemos a la Iglesia por el medio… En 1121, mientras Bernardo de Claraval predicaba en Foigny (Francia), la iglesia fue invadida por una horda de moscas que molestaban a los feligreses. Ante aquella embarazosa situación, el que luego sería canonizado como San Bernardo de Claraval, gritó desde el púlpito: 
eas excommunico (yo os excomulgo) 
Al día siguiente todas las moscas aparecieron muertas. 

Lo que no sé es por qué no se excomulgó a la avispa que mató al Papa Adriano IV. Después de pronunciar un duro sermón contra el emperador Federico I Barbarroja por sus pretensiones sobre los Estados Pontifcios, la comitiva de Adriano IV se detuvo en Agnani para que el Papa se refrescase. Se acercó a beber agua a una fuente, con la mala suerte que se tragó una avispa que le provocó la muerte por asfixia -la picadura le inflamó la zona y le produjo la asfixia-. 

Y no sólo en el reino animal se han dado este tipo de estúpidos procesos, en el siglo XIV un bosque entero en Alemania fue talado y quemado por orden judicial, al ser declarado cómplice de robo. Un ladrón se había escapado de las autoridades locales huyendo de árbol en árbol. Se acusó al bosque de ser testigo de un crimen, de no haberlo evitado y de haber ayudado a un criminal a escapar de la ley. El tribunal condenó a muerte al bosque infractor. 

En fin, amigos de Blogger, hay que reconocer que hoy en día en España, los jueces no procesan ni condenan a los animales. Sólo hacen la vista gorda ante según qué casos, y tras ínfimas penas de prisión liberan a asesinos y violadores. 

José Luis de Valero 

Información adicional:
Gráfico superior: Ilustración de Priscilla Tey.

viernes, 16 de enero de 2015

LA JUSTICIA ESPAÑOLA ES “CIEGA” DE COJONES


Condenan a una mujer invidente a abonar 28.000 euros a una viandante que tropezó con su perro-guía. Yo todavía no sé muy bien quién estará más cegato : Si los Jueces o la propia Justicia española. La noticia que podéis leer en EL MUNDO no tiene desperdicio. 

Por lo visto a las “Señorías” que ocupan plaza y legislan a golpe de mazo en la Audiencia Provincial de Cantabria se les ha ido la olla, o bien adolecen de estrabismo óptico y hasta cabe la posibilidad de que se les haya desprendido la retina. 

De otro forma no se comprende que judicialmente condenen y multen a una invidente y favorezcan a una demandante que acusó al perro-guía de la demandada de la lesiones que ésta se produjo debido a un "movimiento brusco" del can. 

Lo cojonudo y a la vez triste del caso, es que la demandante falleció hace tiempo (no debido a la caída), pero sus deudos han reclamado la pasta a como dé lugar y los cegatos de la Audiencia Provincial de Cantabria se la han concedido. 

Y digo yo que todavía está por ver si a su vez, el pobre perro-guía será condenado a una inyección letal.  
Que con ese putiferio de jueces, todo es posible. 

José Luís de Valero.

viernes, 9 de enero de 2015

¡ACHTUNG, PELIGRO DE MUERTE!


O mejor dicho, en castellano, ¡YA BASTA, COJONES! 

Por motivos puramente clínicos no publico desde hace tres meses. Pero al día de hoy no puedo permanecer de teclas caídas. Según parece “LA INVASIÓN” se cierne sobre la vieja Europa. Y la chispa que puede originar una deflagración a escala mundial, ha estallado en Alemania. Algo parecido escribí sobre el tema en los primeros capítulos de la novela que tenéis bajo estas líneas. 

El próximo 13 de Febrero se cumplirán 70 años del bombardeo aliado y la masacre efectuada sobre la ciudad alemana de Dresden. Dresden quedó arrasada hasta sus cimientos. El número de víctimas civiles superó la cifra de 200.000. 

Al día de hoy Dresden vuelve a arder. Esta vez no es debido a las bombas incendiarias que en 1945 calcinaron a sus habitantes. Esta vez es de cólera e indignación ante la barbarie islamista. El pueblo alemán está tomando las calles al grito de: 
“¡Achtung Lebensgefahr!”….¡Peligro de Muerte!
En Francia está ocurriendo otro tanto. París está prácticamente en estado de sitio y a 80 kilómetros de la capital, policías y gendarmes, unidades de élite y miembros del GIGN (Grupo de Intervención de la Gendarmería Nacional), andan a tiro limpio intentando dar caza a unos descerebrados islamistas. A la trilogía, Liberté, Égalité, Fraternité, se le ha unido ISLAMOFOBIA.

Y mientras tanto en España, ¿qué coño pasa?....
Que yo sepa, la actividad yihadista es una realidad en nuestro país desde hace veinte años. La población civil está en el ojo del huracán. Es un hecho que en nuestra Patria existen “cédulas durmientes”, descerebrados islamistas dispuestos a masacrar en el nombre de Alá y de tal guisa obtener un pasaporte para el Paraíso. 

Existen fundamentos de peso para suponer que a día de hoy pervive en nuestro país un entramado yihadista sólido, movilizado por lo que acontece en Siria, Irak, Libia, y del que pueden surgir personas dispuestas a atentar en España. 

Estamos de acuerdo que no todos los musulmanes son radicales, pero aquí en España no podemos estar jugando a la ruleta rusa. Ellos vienen a nuestro país exigiendo y la escoria de los Gobiernos que hemos tenido, otorgándoles derechos que a muchos españoles les han sido negados. 

Ya lo escribí una vez y lo mantengo: España es una inmensa casa de putas, y los españoles/as somos un atajo de putas/os al servicio de unos proxenetas políticos llamados “Señorías”. 

Según mi criterio la solución está muy clara. El Gobierno Español tiene la obligación de evitar una nueva masacre. Lo que tienen que hacer las autoridades españolas es controlar exhaustivamente las mezquitas, y echar de España a hostia limpia a todos los fanáticos que comulgan con el radicalismo islámico. 

Y por descontado, inicialmente y en previsión de males mayores, meter directamente en la cárcel por incitación al terrorismo a muchos de sus imanes, que son los primeros responsables de la radicalización de esta gentuza de malnacidos. 

Controlar a los imanes y cerrar “sine die” las mezquitas donde predican los radicales y tirar las llaves al mar. El pueblo español no tiene el porqué aguantar en nuestras ciudades focos de fanáticos de ese calibre, que nos ponen a todos en riesgo de muerte inminente. 

Y en caso de enfrentamiento armado y directo con los yihadistas, recordar a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, que el mejor terrorista es el terrorista muerto. 

Tal y como escribí al final de mi anterior post: 
“Las ratas deben morir” 

José Luís de Valero.