miércoles, 1 de octubre de 2014

LA INVASIÓN. Capítulo VIII

“El brazo del oficial al mando se alza en el aire. La cámara abandona la escena girando con precisión matemática hacia el flanco derecho, donde recupera de nuevo la imagen de la mujer descalza que llega corriendo entre el barro con su pequeño bulto aferrado al pecho.” 

LA INVASIÓN 
CRÓNICA DE UN FUTURO INMEDIATO 
Capítulo VIII 

 La grabación prosigue, pero ya no se oye la voz de Max a pesar que la banda sonora del video permanece viva. El potente teleobjetivo manejado diestramente por el operador de cámara, enfoca indistintamente los rostros de perseguidores y fugitivos.

 Escudriña las desencajadas facciones de los deportados ante las lenguas de fuego que se abaten sobre ellos como una lluvia incandescente. El rictus despectivo de los portadores de los lanzallamas, queda reflejado en las caras tiznadas de negro de los integrantes de las Schutz-Staffel. 

 El operador sabe lo que se hace. Obtiene primeros planos magistrales de una terrorífica y plástica belleza. No se le escapa detalle e intuye lo que va a ocurrir en determinado momento de la persecución y aniquilamiento de los refugiados. 

 Desde su privilegiada posición de camuflaje en lo más alto de la abandonada fábrica, rueda incansablemente escenas no aptas para espíritus sensibles. Su pulso es firme a pesar que sus índices de adrenalina deben habérsele disparado. El sonido ha quedado abierto y se oyen sus entrecortados gemidos mientras prosigue filmando escenas dignas del Apocalipsis. 

 Una mujer de color corre descalza entre el lodo, apretando contra su pecho un pequeño bulto envuelto en harapos. Es una más entre las miles de personas que se dispersan enloquecidas en busca de las riberas del Oder, pero ella ha sido elegida entre otras por el ojo intuitivo del operador de cámara, que la sigue en su huída con el teleobjetivo de largo alcance. 

 La mujer tropieza y cae entre el barro. El pequeño bulto sale disparado por los aires mientras la cámara capta la expresión de dolor e impotencia de la mujer, que se levanta como impulsada por un resorte recogiendo del barro lo que le ha sido arrebatado en la caída. 

 El objetivo abandona momentáneamente a la mujer en fuga y se desvía de golpe hacia el flanco izquierdo centrándose en un destacamento de hombres uniformados pertenecientes a las Escuadras de Protección que aguardan en formación cerrada al otro lado de la calle, camuflados tras un muro colindante a la vieja fábrica. 

 En un rápido zoom de aproximación, el cámara fija su atención en las incandescentes bocas de los lanzallamas que aguardan el paso de la mezcla depositada en los tanques para escupir la muerte. El objetivo de la cámara fluctúa de la boca de los lanzallamas a las caras de sus portadores en un constante cambio de primeros planos, como si quisiera decidirse por una u otra opción. 

 Pero el operador de Cyber-Reuters conoce muy bien su oficio. Enfoca directamente a los ojos del jefe del pelotón y obtiene en un primerísimo primer plano, toda la fuerza de la maldad acumulada en el ser humano. 

 El brazo del oficial al mando se alza en el aire. La cámara abandona la escena girando con precisión matemática hacia el flanco derecho, donde recupera de nuevo la imagen de la mujer descalza que llega corriendo entre el barro con su pequeño bulto aferrado al pecho. Su huida la lleva directamente hacia el muro. Se encuentra a menos de veinte metros. La cámara se queda inmóvil, expectante. Por un momento, el agitado y entrecortado gemido del operador, cesa. 

 Un fogonazo surge repentinamente desde el lado izquierdo del encuadre. El líquido inflamable envuelve como un torbellino ascendente el cuerpo de la mujer que se derrumba sobre el barro, esta vez sin soltar a su hijo. Ambos cuerpos se funden en uno, reduciéndose a una cuarta parte de su tamaño mientras el objetivo penetra lentamente hasta el interior de la pira funeraria fundiéndose a su vez con la propia muerte a la que tan profesionalmente ha servido valiéndose de la imagen. 

 La banda sonora recoge unos desgarradores lamentos, salpicados de imprecaciones dedicadas a toda la corte celestial. Son las voces entrecortadas de Max y del operador de cámara. El miedo les atenaza en sus puestos de observación, mientras discuten la conveniencia de largarse cuanto antes del lugar de los hechos. El operador se niega a ello mientras Max insiste en la inutilidad de proseguir la grabación, alegando que esas imágenes jamás serán emitidas por Cyber-Reuters. 

 El operador le replica que a él le importa un carajo la política informativa de la Agencia, pero que aquella filmación le pertenece y que aunque no sea a través de Cyber-Reuters, otras cadenas internacionales se darán de hostias por conseguir una exclusiva de tal calibre...... . 

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 De repente, Karl se precipitó sobre el teclado parando la grabación. Su rostro estaba congestionado y sus ciento diez kilos de peso temblaban como un flan. Se sentó a mi lado mascando furiosamente su humeante y retorcida pipa bávara. 

 - Rápido, Pablo. Dame todos los datos del equipo técnico de filmación destacado con Max en Schwedt. Pulsa el acceso directo a las claves de personal en servicio activo dentro de Alemania. Todo este asunto me huele a mierda. 

 En dos segundos tuve la información requerida. El ordenador soltaba datos y cifras adicionales a mi solicitud. 

 - Se trata de Max Stern y Franz Ullrich, operador de cámara. Nadie más. Viajan sin técnico de sonido. Dos unidades PCU portátiles con conexiones vía satélite y una cámara TV digital con teleobjetivo gran angular y visor supletorio de infrarrojos. Tarjeta de gastos en concepto de dietas con tope en 10.000 Euros. Es todo. 

 - Debí imaginármelo – masculló Karl frunciendo el entrecejo – Ullrich, el genio. 

 Encendí nerviosamente un cigarrillo mientras repasaba la información adicional vertida en los datos suplementarios que me ofrecía la computadora. 

 - Verdaderamente ese Ullrich es un diamante en Cyber-Reuters – comenté mirando asombrado la ficha laboral del cámara – Tiene una puntuación de 9.8 sobre 10 en su escala profesional. Todo un record. 

 - Según se mire. Siempre ha estado filmando en lugares de máximo riesgo. Vuelve a entrar en la grabación, por favor. Quiero ver el final de la filmación. 

 La recepción de imágenes prosigue. El objetivo de la cámara baila alocadamente entre el interior de la fábrica en ruinas y el exterior iluminado por las antorchas humanas y las ráfagas de las ametralladoras ligeras, cuyas balas trazadoras se abaten sobre las masas de cuerpos incandescentes aliviándoles en su agonía. 

 La filmación parece estar sacudida por un brazo que se niega a proseguir rodando las macabras escenas. La cámara oscila en el aire de arriba abajo y de izquierda a derecha. Sus movimientos no guardan orden ni concierto. Los planos se suceden a ritmo vertiginoso sin ofrecer imágenes fijas. 

 De pronto la imagen se oscurece. Algo está ocurriendo en las proximidades del escondrijo donde se encuentra oculta la cámara de TV. El altavoz incorporado al cuerpo de grabación debe haber sufrido daños por efecto de una posible caída. La sonorización falla y los sonidos ambientales de primera línea se mezclan con los gritos procedentes de las embarradas calles que rodean la vieja fábrica. Se produce un fundido en negro. Según parece, la cámara ha caído sobre el barro. 

 Vuelve la imagen. Una cara ensangrentada aparece distorsionada por la proximidad focal. Mira insistentemente hacia el objetivo con claros síntomas de abatimiento y sujetándose la cabeza con ambas manos al tiempo que se mesa los cabellos, rompe a llorar como un niño. De repente aparece una nueva imagen. 

 Es Franz Ullrich, operador de cámara, tendido en el suelo, Está muerto. 
 Max Stern alarga la mano hacia el cuerpo de la cámara y pulsa un conmutador. 
 Stop. 
 La cinta de video se detiene. 

 - Ese es Max – murmuró Karl Weser mordiéndose el labio superior – Y tiene problemas, graves problemas.... . Que Dios le proteja.... 

(Continuará) 

LA INVASIÓN 
Copyright © 2014 José Luís de Valero. 
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